Maquech (*)
Esta es la leyenda de una
bella princesa que tenía los cabellos como las alas de las golondrinas; por eso
se llamaba Cuzán, que es el nombre maya de ese ave. Las historias de la belleza de Cuzán se
contaban en todo el reino, más allá de los muros de la ciudad sagrada de
Yaxchilán.
Cuzán era la hija preferida de
Ahnú Dtundtunxcaán, el Gran Señor que se sumerge en el cielo. Era alegre y
feliz, y su rostro brillaba como el sol cuando su padre ponía a sus pies lo más
bello de sus tesoros de guerra.
Cuando Cuzán tuvo edad para el
matrimonio, su padre concertó la unión con el hijo del Halach Uinic de la gran
ciudad de Nan Chan; el príncipe Ek Chapat, el futuro Señor del Reino. Cuzán
aceptó la elección de su padre.
Un día, al regresar de la
guerra, el rey envió los tesoros del botín a Cuzán. Cuando la princesa fue a la
sala del Gran Palacio para agradecerle a su padre el rico presente, lo halló
acompañado de un hermoso joven llamado Chalpol, Cabeza roja, porque su cabello
era de color encendido.
Sus almas quedaron atrapadas
en un lazo de fuego. El corazón desbocado de la princesa sólo hallaba sosiego
en el nombre de Chalpol. Juraron no olvidarse nunca y se amaron con locura bajo
la ceiba sagrada, donde los dioses escuchan las plegarias de los mortales.
Todos en la ciudad sabían que
Cuzán estaba prometida al príncipe Ek Chapat de la ciudad de Nan Chan; por eso
cuando el rey supo que Chalpol era el amante de su hija, ordenó que fuera
sacrificado. Cuzán le suplicó que le perdonara la vida, pero todo fue en vano.
El día señalado Chalpol fue
pintado de azul para la ceremonia del sacrificio. Hasta el atrio del templo
llegaba el aroma del copal que se quemaba para expulsar los espíritus.
Con los ojos llenos de
lágrimas, Cuzán volvió a pedir a su padre que no lo sacrificara, prometiendo
que jamás lo volvería a ver y que aceptaría con obediencia ser la esposa del
príncipe de Nan Chan.
Después de consultar con los
sacerdotes, el Halach Uinic le perdonó la vida, bajo la única condición de que
su hija se encerrara en sus habitaciones. Si salía, Chalpol sería sacrificado.
En la soledad de su alcoba, la princesa entró en la senda del misterio.
En el silencio de la noche,
fue llamada a presentarse ante el Halach Uinic. Cuando llegó a los patios del
templo sus ojos buscaron los de su amado. Tembló al pensar que lo hubieran
sacrificado.
Le preguntó a su padre, quien
sólo sonrió. Un hechicero se le acercó ofrecieéndole un escarabajo y le dijo:
“Cuzán, aquí tienes a tu amado
Chalpol. Tu padre le concedió la vida, pero me pidió que lo convirtiera en un
insecto por haber tenido la osadía de amarte”.
La princesa Cuzán lo tomó y le
dijo: “Juré nunca separarme de ti y cumpliré mi juramento”.
El mejor joyero del reino lo
cubrió de piedras preciosas y le sujetó una de sus patitas con una cadenita de
oro.
Ella lo prendió a su pecho y
le dijo: “Maquech, eres un hombre, escucha el latido de mi corazón, en él
vivirás por siempre. He jurado a los dioses no olvidarte nunca”.
“Maquech, los dioses no han
conocido nunca un amor tan intenso y tan vivo como este que consume mi alma”.
La princesa Cuzan y su amado Chalpol, convertido en Maquech, se amaron por
encima de las leyes del tiempo, con un amor colmado de eternidad.
(*) El texto fue recopilado por relatos orales y escritos consultados en un viaje a la península de Yucatán, específicamente a Mérida en el 2011
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